Por fin habíamos llegado al destino final del viaje. ¡Estábamos en Camboya!. Un corto vuelo desde Singapur nos llevó a Phnom Pehn, la capital y principal ciudad del país.
El calor era exagerado y la humedad también, pero no tanto como la sufrida en la anterior escala. Aunque no me importaba demasiado, ya podía haber estado lloviendo a mares porque mi felicidad era inquebrantable. Tenía veinte días por delante para descubrir un nuevo país: Camboya.
Era nuestro primer viaje a Asia, la primera opción había sido Vietnam, pero un programa sobre los templos de Angkor y las sonrisas camboyanas nos hicieron cambiar de idea. Durante los preparativos comprobé que mis conocimientos sobre el país eran bastante escasos, por no decir nulos. Además de las maravillosas y archiconocidas ruinas, sabía que había sido colonia francesa, me sonaba el nombre de Pol Pot y había escuchado algo sobre el alto número de minas antipersona, casi tres millones, que todavía hay enterradas.
Esa sensación de novedad, de que todo te sorprende, se repitió durante todo el viaje. Cada día era como una hoja en blanco de un cuaderno sin estrenar, no pasaba un momento en el que viese/sintiese/oliese/probase algo diferente a lo conocido hasta ahora.
Lo primero distinto fueron las letras, menos mal que los carteles para salir del aeropuerto también estaban en inglés y con los iconos típicos porque sino sería imposible.
El alfabeto camboyano es el más largo del mundo, con 72 letras, de las cuales 32 son vocales, que parecen todas iguales. El jemer/khmer tiene su parte fácil: no hay género ni número, tampoco artículos ni conjugaciones pero escuchándolo es imposible entender algo.
Pasamos los controles rápido porque el señor se quería ir a comer. Le dimos las fotos carnet, obligatorias para entrar en el país junto con el pago del visado)y nos ayudó a cubrir los papeles. Ya con un enorme sello nuevo en el pasaporte, cambiamos dinero para salir del aropuerto. Los rieles camboyanos se unieron a la cartera con dólares de Singapur, rupias de Sri Lanka y dirhams de Dubai.
Fuera varios conductores de tuk tuk se acercaron en seguida, fue un poco abrumador porque realmente no teníamos dirección a la que ir y ellos no dejaban de preguntarnos por el nombre del hotel.
La idea era acercarnos al centro y buscar algo para dormir esa noche. Pensábamos quedarnos dos o tres días en Phnom Penh antes de desplazarnos a Siem Reap. Queríamos tomar contacto con el país, conocer la capital y descansar un poco de tanta escala. Así que cuando uno de los señores nos habló del hostel de su amigo-pariente no dudamos y nos fuimos con él.
El aeropuerto está a casi diez kilómetros del centro. Unos 20 minutos de tráfico imposible y las primeras fotografías hechas sin ton ni son porque eran infinitas las cosas que llamaban mi atención.
Todo estaba como muy mezclado. Una arquitectura de casas bajas y tradicionales, cada vez más escasa, junto a altísimas torres en proyecto. Largas avenidas en las que las construcciones jemeres son vecinas de modernos y gigantes edificios gubernamentales. Dorados y cristal, líneas rectas y sobrias que contrastaban con retorcidas columnas y formas sinuosas que parecían bailar bajo un despejado cielo. Me encantó.
Me encantaron las estatuas que fuimos encontrando por el camino, animales de alegres colores o dioses como Ganesha en Mornivong Street se alejaban muy mucho de los serios señores que presiden plazas, parques y rotondas europeas. El hijo de Shiva nos daba la bienvenida, ahuyentando posibles obstáculos y atrayendo el éxito a un lugar muy maltratado por la historia.
El hostel estaba en una calle muy concurrida y bien situado para movernos a pie ya que no hay autobuses urbanos. Lo más común entre extranjeros y locales es utilizar el tuk tuk, moto o bicicleta. El dueño del King Angkor nos recibió para delegar el trabajo en Mister Bora, el recepcionista que se convertiría en amigo.
Con su eterna sonrisa nos enseñó la habitación con aire acondicionado (la diferencia de precio compensa el poder dormir por la noche). Además tenía terraza y un pequeño baño. Vale que no era bonita ni moderna, tenía unos cuadros horrorosos, ropa de cama floreada hasta el mareo y la ducha sólo era el grifo, pero todo estaba limpio, el colchón era extragrande y hasta había una pequeña nevera. Perfecta por no más de 15 dólares.
Sin mochilas, ni horarios, ni prisas, ya estábamos listos para la nueva aventura. El cansancio y los cambios horarios se notaban pero preferimos aguantar hasta la noche para dormir. Las ganas de hablar de Bora hicieron que nos quedásemos en el hostel a beber algo, la Angkor Beer claro, que sería desde entonces habitual en los atardeceres camboyanos. Muchas preguntas y caras de sopresa al saber que veníamos de tan lejos, algo extrañados de que no nos fuésemos a los templos al día siguiente, siempre sonriendo y observando detenida y disimuladamente cada detalle.
Siguiendo sus indicaciones llegamos al paseo del río. El gran Mekong, uno de más largos del mundo y que a mí me sonaba de las películas. Nos detuvimos un rato a ver sus aguas marrones, muy distintas de las que discurren en el Tíbet donde nace, y es que el río Mekong pasa que seis países. Es sin duda básico para entender la vida en esta zona, fuente de alimento y trabajo, de él se nutren los inumerables campos de arroz y en él se cria por ejemplo el panga, tan vendida en Europa. Aún así está cada vez más contaminado y amenazado por la construcción de presas ante la pasividad e inexistencia de políticas medioambientales.
Desde allí no fue difícil encontrar Wat Phnom. El templo más antiguo de la ciudad y la mejor forma de empezar nuestro recorrido ya que aquí está el kilómetro cero. Alrededor de esta colina fue creciendo Phnom Penh ya que según cuenta la leyenda, una mujer, la señora Penh, encontró unas estatutas de Buda en el río y construyó un sencillo santuario para ellas.
Callejeamos sin rumbo y acabamos en un mercadillo. En puestos, telderetes o directamente en el suelo se vendía de todo, comida y ropa, frutas y verduras que no había visto en mi vida, pequeños pescados fritos y patas recrujientes de gallina o pollo, a saber…
El humo de cazuelas y hornillos invadía las calles. Pitidos de motos, música, cables y enchufes que daban miedo, farolillos de colores…Empezaba a anochecer pero daba igual, aquel lugar bullía como si fuesen las diez de la mañana, la gente al irse el sol parecía haber ganado vidas de energía, nosotros ya no. Bajo mínimos llegamos al hostel y caímos en la enorme cama agotados pero muy emocionados ante los días que nos esperaban en Camboya.
10 Comments
¿Qué será lo que tiene Asia que tanto nos gusta? Nosotros estamos pensando en volver este año, aunque aún no sabemos si ir a Camboya o a Vietnam…. ¿o quizá mix de ambos países? ¿Qué opinas Maruxaina?
Muy buenas las fotos y la descripción de la ciudad. Me ha sorprendido lo limpia y moderna que parece. Estuve hace más de 20 años y no era así.
Sigo con la lectura del viaje.
¡Muchas gracias por tu comentario Francisco!La limpieza y modernidad variaba mucho según el barrio. Nosotros estuvimos en 2012, hace 20 años tuvo que ser una gran experiencia…¿Viajaste poco después del final de la dictadura entonces?Un saludo!
Una ciudad mucho más interesante de lo que esperaba. Hay quien va directamente a Siem Reap, pero yo creo que merece la pena entrar al país por Phnom Pehn y recorrer sus mercados, su ambiente y los terribles campos de la muerte, también.
Me he sentido identificada con la frase de que os pusisteis a hacer fotos sin ton ni son jajajja. Estoy segura que a mi me hubiese pasado exactamente lo mismo.
Bonito viaje, deseando leer más. Un saludo
Me queda por ver el tridente de Asia: Laos, Camboya y Vietnam!!!
Es verdad que es una ciudad un poco caótica, pero también tiene su encanto. Recuerdo, por cierto, haber comido en un restaurante libanes! Buenísimo. También tiene su parte terrible, con todo lo referente a los años de terror.
bonito post, Maru!
Hola Maruxaina y al fotógrafo,
¿Por qué nos hacéis esto?. Otro país que tenemos que añadir a la lista, así no para uno de viajar de lado a otro del mundo. Mira que ya teníamos pensado ir a Tailandia pero con entradas como esta hacen que Camboya entre juego.
Saludos Viajeros
Hola Maruxaina,
Eso de cambiar de planes me ha parecido chulo, ya que a veces hacerlo te da más adrenalina.
Tu relato siempre de bien. Yo tengo ganas de Cambodia en cuanto pueda, puede ser pronto.
Un abrazo
Pues muy chula, Maruxaina, y estás muy guapa y sonriente, qué bien nos sientan los viajes 😉
Tiene muy buena pinta, así un poco caótica y loca y todo mezclado la comida, las motos, jajaj pero así es Asia y supongo que tiene su encanto 🙂
Un besazo