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Elefantes en Mondulkiri. Una experiencia que no repetiría. (Camboya)

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Cuando pienso en el viaje a Camboya siempre me acuerdo de aquél día. Vale, no todos los días pasea una en elefante, pero precisamente eso fue lo que lo hizo horrible. Me había levantado con dolor de cabeza por culpa de un licor casero que habíamos probado la noche anterior en el chiringuito donde contratamos la excursión. El tiempo estaba raro y las nubes grises amenazaban con un paseo pasado por agua.

Estábamos en Sen Monoron, provincia de Mondulkiri, después de las multitudes de Siem Reap y Phnom Penh pasaríamos unos días en la selva camboyana.

Llegamos a la hora acordada pero tuvimos que esperar al conductor que nos llevaría a a la selva bastante rato. Punto negativo apuntó mi cabeza. Desde el principio aquéllo pintaba mal, lo organizaba una pareja camboyano-francesa, de excesiva simpatía, que no me inspiraba confianza alguna. Habían montado un bar y realizaban excursiones en las que prometían la visita a una aldea, la comida y el paseo y baño de los elefantes. Siempre respetando a los animales y con gente local.

El grupo de diez personas recorrimos en furgoneta ni idea de cuántos kilómetros hasta llegar a un mini poblado en medio de la nada. Sólo unos muchachos esperaban subidos a los elefantes, ninguno nos saludó. La pareja organizadora repartió mini bananas y desapareció. No los volveríamos a ver hasta que terminó el día.

 

Subí unas rudimentarias escaleras hasta una pequeña plataforma de madera para estar a la misma altura que el elefante. Recuerdo lo poco que me impresionaron los enormes animales. No disfruté para nada ese primer momento de acercarme, tocar su gruesa piel o al darles aquellos ridículos plátanos. Me daban pena, parecían tranquilos sin ganas de pasearnos y los chicos que los guiaban tampoco mostraban ningún entusiasmo.

Me resultó todo muy frío, nosotros íbamos juntos en el mismo elefante pero la pareja de checos, supongo que por cuestiones de tamaño, iban separados. El asiento era una cesta de mimbre con una tabla que hacía de asiento y dí gracias a que todavía me quedase algo de flexibilidad para conseguir una cómoda postura. El camino recto y firme fue dando paso a empinados senderos embarrados en los que parecía que el pobre elefante iba a resbalar.

 

Pero despeñarnos no era lo peor. Yo estaba atónita porque quién guiaba nuestro elefante era un niño. Pensé que se bajaría cuando empezase la excursión o al menos que un adulto le acompañaría, pero no, él sólo todo el camino. Intenté hablar con él y lo único que conseguí fueron negativas con la cabeza sin apenas girarla.

Tampoco pude cuando paramos a comer, porque desapareció en cuanto ataron al elefante para que nosotros bajásemos. Siempre callado, durante el "paseo" no contestaba cuando el resto de los guías le decían algo, era como si estuviese en otro mundo. Sólo reaccionaba cuando el elefante se paraba para comer, con sus pequeños pies golpeaba las orejas del animal y éste se ponía de nuevo en marcha.

 
 

No sé cuánto tiempo pasó ni cuántos kilómetros habíamos hecho pero cuando paramos la cara de alivio fue general entre los excursionistas. Unos hombres aparecieron y dejaron unas bolsas en la cabaña con gestos de que contenían la comida y se esfumaron. Nuestro menú era una bandeja de arroz con verduras (muy rico eso sí), una mini botella de agua y dos plátanos.

Del relax por descansar del traqueteo pasamos a la estupefacción porque nadie apareció hasta casi tres horas después. Salvo las cabañas en las que estábamos y el río, no había nada alrededor excepto selva así que decidimos que mejor sería no movernos, ilusos nosotros, pensando que alguien volvería pronto a buscarnos.

 

Nos entretuvimos hablando con el resto del grupo, y alguno hasta aprovechó para dormir la siesta, hasta que el ruido nos indicó que volvían a buscarnos. Los hombres estaban mucho más contentos y su aliento a alcohol nos desveló el motivo de tanta risa y grito.

La excursión incluía bañar a los elefantes. Tirando de una cadena metieron a uno en el río y cuatro personas del total de la excursión no tardaron en subirse encima del animal para dar unos paseos por el río. Terminado el paripé y las fotos, continuamos (por fin) camino.

Fue de esos días que quería terminar ya. Hubiese vuelto andando de haber podido. En la aldea tras bajar de los elefantes, desaparecieron entre la vegetación al igual que el niño y el resto de la expedición. Nosotros nos quedamos allí, otra hora de espera, solos, hasta que llegó la furgoneta.

Ni siquiera protesté, estaba cansada, empapada y me dolía todo, además explicar algunas cosas en francés no me resultaba fácil. Después de una ducha bajamos a tomar unas cervezas al único bar de la zona, donde intercambiamos opiniones y experiencias con otros viajeros. Encantadísimos de compartir esos momentos con los elefantes, decía alguien.

Curioso pensé yo, para mí aquéllo no había tenido nada de compartido, no me sentí en ningún momento cómoda con el elefante y creo que él con nosotros tampoco. No los ví comer ni beber en todo el viaje y tampoco intercambiamos ni una palabra con ninguno de los hombres que los guiaban. No disfruté de los increíbles paisajes de la selva de Mondulkiri y apenas hice fotos, como si eso hiciese desaparecer el día. Mientras los escuchaba, en mi cabeza estaba la imagen de aquel chubasquero rojo, el pequeño agujero en el jersey. Aún hoy, varios años después recuerdo las miradas tristes que compartían el niño y los elefantes.

 

Si os gustan los animales y quereis compartir momentos con ellos durante vuestros viajes os recomiendo que visiteis la web de Turismo Responsable FADA.

En ella podeis consultar por países aquéllos centros que sí respetan los derechos de los animales. Nosotros no la conocíamos cuando viajamos a Camboya, ahora ya sabemos dónde asegurarnos de que sea algo divertido y bueno para todos.

 

14 Comments

  1. Post como éste nos parecen incluso más necesarios que cuando la experiencia ha sido positiva. Lástima que no todo el mundo esté dispuesto a contar en su blog las luces y las sombras de sus viajes. Gracias por tu valentía, Maruxaina.

    Y gracias también por dejar en enlace a FADA, porque seguro que mucha gente tampoco la conoce y con este pequeño gesto puedes ahorrar muchas penurias a los pobres animales.

    Un abrazo.

  2. Madre mía, un cúmulo de despropósitos. Ya tenías tu mala impresión desde el primer momento y no te equivocaste. Seguro que a partir de hora, y deprés de coocer FAADA, estarás más al quite al contratar este tipo de servicios, pero la verdad es que muchas veces es una lotería.

  3. Con lo bien que pintaba todo… podía haber sido una experiencia única. De hecho lo fue, pero nada gratificante. Creo que aunque te informes desde aquí, puede que no sea lo que uno espera. Gracias por contar tu experiencia. Si tenemos ocasión de ir alguna vez, consultaremos la página de Turismo Responsable.

  4. alvientooo dice:

    Upsss menuda experiencia, sin duda momentos de malos tragos pero también sirve para contarnos lo que debemos hacer y no que no. Tengo pendiente de hacer un gran viaja a Asia, quizás varios meses y siempre quise estar unos días en alguna de estas ong que cuidan a los elefantes . Muchísimas gracias por tu recomendaciones.

    • Maruxaina Bóveda dice:

      Hola Alberto,
      Como dices sí sirvió para aprender y contarlo confiando que otros viajeros no “piquen” como hicimos nosotros. Si haces ese gran viaje consulta la web de FADA porque sí hay centros en los que respetan los derechos de los animales y en los que podrás pasar unos días con ellos 🙂
      Un abrazo.

  5. No solo el entrenamiento que sufren para aprender a obedecer es maltrato. El mismo paseo en sí lo es. La espina dorsal del elefante no está preparada para soportar esas cargas, y muchos de estos animales mueren antes de tiempo (son sacrificados) por quedar inválidos.
    Yo no monté en elefante cuando estuvimos en Camboya. Y sí, me quedé con las ganas de tocarlos y de ese “compartir”, pero después de leer tu relato, me alegro de no haberlo hecho, porque creo que mis sensaciones habrían sido muy parecidas a las tuyas.
    ¡Un abrazo!

  6. Wow sé ve que la disfrutasteis al maximo! Me encanta!! Y lo de que el niño fuera el que guiará me dejó perpleja! Jeje

    • Maruxaina Bóveda dice:

      Hola Arian,
      El empleo de niños en este tipo de trabajos con turistas es por desgracia bastante habitual…
      Sobre nuestra experiencia….No disfrutamos nada :/
      De ahí el título…”Una Experiencia que no repetiría…”
      Saludos.

  7. Gaolga dice:

    Que triste día, tienes toda la razón 🙁

    Ojala que puedas de verdad tener una experiencia linda con los elefantes en el futuro, por que es que esta vez no fue para nada así… sentí la desesperación conforme iba avanzando en el relato… ese “ya me quiero ir, estoy en el lugar equivocado” y lo mas desolador de todo: el chico de espaldas 🙁 ay 🙁

    Saludos!

    • Maruxaina Bóveda dice:

      Hola Olga,
      Gracias por tu lectura y comentario.
      Mira que han pasado años y sigo recordando aquél día a la perfección. Así como al niño-guía 🙁
      Fue una experiencia que nos sirvió para conocer el lado feo del uso de animales para que los turistas se diviertan. No creo que hay una próxima vez, prefiero ver a los animales en su hábitat sin interferir ni tener que “obligarlos” a nada.
      Un abrazo.

  8. Mar Vara dice:

    Me ha gustado mucho la forma en que lo has relatado, me he metido de lleno en tu estado de ánimo de esos momentos. Es una pena que cuando llevas una idea preconcebida de lo que esperas encontrar se tuerza todo y al final acabes con tan mal sabor de boca.
    Hay que cuidar mucho todo lo que tiene que ver con actividades en las que los animales son protagonistas, no siempre son tratados de la mejor manera. Y, lamentablemente, es una cosa que puede pasar no tan lejos.
    Un abrazo!

  9. Bo dice:

    Hola Maruxaina

    ¡Que experiencia!

    Yo estuve en hace poco en Tailandia y también vi muchos elefantes en varios lugares, y aunque me quería montar no pude, me dieron un poco de pena, quizá por eso.

    Tu relato sobre tu experiencia, es fantástica.

    • Maruxaina Bóveda dice:

      Hola Bo,
      Muchas gracias por tu comentario.
      Entiendo perfectamente que no montases en ningún elefante si no lo viste claro. Para tu próximo viaje en el que se te plantee la situación puedes consultar la web de FADA y comprobar que quién organiza la actividad con los animales respeta sus derechos 🙂
      ¡Un abrazo!

  10. Cristina dice:

    Hay que ver que diferentes pueden ser experiencias similares, ¿verdad María? Yo tengo un recuerdo mágico de aquel rato que pasé frotando a un elefante metida en un río tan turbio que a más de uno hubiera quitado la idea. Yo vi complicidad entre el elefante y su cuidador, me explicaba siempre por gestos lo que más le gustaba al animal y tanto antes de empezar como después le dieron un buen montón de plátanos. Además el animal dormía en algo que podemos llamar cobertizo, bien aireado, aislado del sol y con montones de comida… Puede que también viera lo que quería, pero de verdad no sentí que aquel animal fuera maltratado, ni al tocar su piel para frotarle encontré ninguna marca de esas que en otros sitios les hacen con palos o ganchos para obligarles a caminar.
    Un abrazo y espero que en un futuro disfrutes con algún paquidermo de un momento especial.

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