Pues sí, Turquía tiene mucho más que Estambul. Así lo descubrimos en nuestro viaje de algo más de diez días por el país. Los dos primeros pasados por agua en la capital, así que cambiamos el plan, cogimos la mochila y nos subimos a un autobús durante toda una noche en dirección a Pamukkale. Un curioso, precioso, llamativo y espectacular sitio.
Pamukkale, traducido como Castillo de Algodón, está en la provincia turca de Denizli. Es una formación calcárea, uno de esos fenómenos de la naturaleza que sólo se da en este lugar y en Huanglong (China). El agua del valle de Menderes, en el que se encuentra, está compuesta de minerales como el calcio y la creta (de color también blanco) y su continuo discurrir ha ido formando una especie de piscinas naturales, como terrazas o escalones a lo largo de 2 kilómetros y medio y con una altura de 200 metros.
El viaje a pesar de ser largo fue de los mejores que he tenido en autobus. La compañía con la que nos movimos también se llama Pamukkale, los billetes no son caros, cumplen los horarios y el servicio es de 11 sobre 10.
Los asientos son comodísimos, pantallitas para ver pelis o jugar, camarero a bordo (con uniforme de chaleco y pajarita incluido) que te ofrece cada dos por tres galletitas, zumos, sanwiches... y todo incluido en el precio. En la vida vi algo igual en un bus.
Llegamos a Denizli sobre las 7 de la mañana. Hacía frío y lloviznaba, teníamos que esperar algo más de una hora para ir en furgoneta (dolmus) hasta Pamukkale así que entramos en la estación. A pesar de la hora, había varios locales abiertos, el rollo del kebap ya daba vueltas y de las tarteras salían unos olores increíbles.
Aprovechamos para desayunar una Lentil Soup, lo más rico que probé durante el viaje. A esas horas mañaneras debíamos estar de foto con nuestra cuchara sopera llena de lentejas, pero nos sentó genial y como dice el refrán: donde fueres, haz lo que vieres.
Tras unos veinte minutos de viaje, la furgoneta nos dejó delante de lo que parecía la agencia de viajes del lugar. En seguida unos chicos se nos acercaron para ofrecernos excursiones, alojamiento o coche para disfrutar de Pamukkale.
Ya los griegos escribieron sobre Pamukkale al descubrir sus aguas termales de 35 grados. Les atribuyeron propiedades curativas y terapéuticas, convirtiéndose en lugar de peregrinación y de vacaciones para las clases más acomodadas. Allá por el año 180 A.C, fundaron una gran ciudad helenística: la Hiérapolis, convertida en urbe romana después y casi destruida por un terremoto en 1354.
Alrededor parecía no haber mucho más así que aceptamos su invitación a un café y nos quedamos un rato charlando mientras uno de ellos llamaba a su tío, que por lo visto tenía hotel with pool y nos vendría a buscar encantado. El hombre que llegó sólo hablaba turco y era muy serio, pero transmitía mucha tranquilidad y confianza. El hotel resultó ser su casa y la piscina un rectángulo de cemento con agua verde que te quiero verde. Pero la habitación estaba muy bien, entendimos que el desayuno estaba incluido y la vista era preciosa así que decidimos quedarnos.
Soltamos mochilas, nos dimos una ducha y salimos sin tener ni idea de hacia dónde. Para variar no teníamos plano y estábamos en una zona que perfectamente podría ser una aldea gallega: casas con huerto, señoras con delantal y pañuelo, gallinas y demás animales de granja, ¡estábamos como en casa!.
Ni un turista a la vista (¡¡¡bieeen!!!), la gente con la que nos cruzábamos nos iba indicando, sin que nosotros les preguntásemos, con gestos en dirección a la carretera principal. Allí había un par de tiendas de souvenirs y en frente el acceso peatonal para visitar las piscinas de Pamukkale. En una pequeña garita un señor uniformado vendía los tickets de entrada (hay otro acceso en la zona alta del valle, donde llegan los autobuses turísticos). También había una zona con piscina, tumbonas y chiringuito incluido, pero estaba cerrado, imagino que abrirá los meses de verano.
Mientras hacíamos unas fotos de la entrada, llegaron dos chicos, serían las únicas personas que nos cruzamos durante la visita. La verdad es que cuando los vi me quedé algo perpleja, por un momento pensé si serían parte del decorado e irían disfrazados. Y claro, no pude resistirme y tuve que ir a preguntarles el motivo de su curiosa vestimenta.
No entendí bien la explicación que me dieron (el no saber alemán...), así que agradecería que si alguno de quienes leéis esto, conoce algo más me lo cuente por favor. (Podéis leer en comentarios sobre nuestros compañeros de visita).
Se trata de estudiantes de arquitectura que se dedicaban a viajar por el mundo para estudiar, visitar y analizar en directo las obras arquitectónicas más importantes o, como en este caso, fenómenos naturales como Pamukkale. Creo que la experiencia duraba un par de años y tenían que ir así vestidos, con unos trajes negros que parecían pesar un montón, sus pantalones acampanados y unos sombreros súper chulos, porque los reconocía como miembros del grupo al que pertenecen.
Me quedé con ganas de hablar más con ellos pero temíamos la llegada de los autobuses de turistas, así que nos despedimos y comenzamos a subir hacia el Castillo de Algodón.
Cuando terminó el camino de piedrillas ya estábamos descalzándonos. Quería sentir cómo era, parecía nieve pero sin ser tan fría. Era suave, el agua estaba mezclada con el blanco de los minerales, podías deslizarte patinando a riesgo de caerte porque resbalaba pero la sensación era tan buena que no podíamos dejar de hacerlo. Los primeros minutos fue cómo cuando ves la nieve por primera vez.
A principios del siglo XX, Pamukkale se convirtió en un gran destino turístico. Se construyeron hoteles sin control y era posible bañarse en las piscinas naturales. La gente acudía guiada por sus propiedades supuestamente embellecedoras. Cuenta la leyenda que una joven se suicidió tirándose a estas aguas porque era tan fea que nadie quería casarse con ella. No murió sino que salió convertida en una mujer guapísima. Casualmente paseaba por la zona un noble de Denizli quién al verla no dudó en casarse con ella y establecerse en la zona. Las autoridades se dieron cuenta del daño irreparable que se estaba produciendo. Decidieron demoler los edificios hoteleros y prohibir el baño. En 1988 el Castillo de Algodón fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, lo que ayudó a mejorar su conservación.
Llegamos a la parte alta del valle, desde donde se podía ver todo el pequeño pueblo y la carretera de unos 3 kilómetros que daba acceso a la otra entrada. Y cómo no, apareció el canciño de turno que nos acompañó durante el resto de la visita.
El parking ya estaba ocupado por autobuses, decenas de turistas, sobre todo asiáticos, hacían grupos para entrar siguiendo a sus guías. Era el momento perfecto para terminar nuestra visita, nos acercamos a la tienda oficial, pero salimos como entramos...todo carísimo y nada original.
Nos llevábamos lo mejor, un paseo precioso por un lugar único, una experiencia nueva y unos pies suaves suaves. Los griegos no podían equivocarse. Pero Pamukkale nos reservaba otra sorpresa. Detrás de todo aquello estaba la Hierápolis, un conjunto de ruinas romanas, que visitaríamos al día siguiente y que reafirmaría mi idea de que Turquía no es sólo Estambul.
Visitamos Pamukkale en octubre de 2011. Entonces no era posible bañarse. Estos últimos años he leído que el turismo ha aumentado muchísimo y he visto fotos en las que a la gente sólo les falta el moijto. Para un buen baño hay una piscina termal en el edificio principal del recinto. Es de pago, pero os sentiréis como auténticos griegos. En el fondo de las aguas azuladas permanecen algunas columnas producto de los terremotos que hacen que sea un baño curioso y diferente. Si entre todos cuidamos las piscinas naturales de Pamukkale, practicando un turismo responsable, esa maravilla se conservará muchos más años. ¡Gracias!
13 Comments
Creo que es la primera que veo fotos de Pamukkale sin gente posando como si estuvieran en alguna playa griega. Me ha encantado vuestra experiencia, está claro que viajar en temporada baja regala momentos de soledad que permiten disfrutar mucho más del lugar, aunque el clima no sea siempre el más agradable. Es más, veía todo tan gris que pensaba que era nieve… hasta que he leído que no y que además no está tan fría. Lo que entiendo quiere decir que en ese momento si estaba como poco fresquito el suelo bajo vuestros pies. Pero seguro que esas lentejas matutinas os habían entonado el cuerpo ¿o no? 🙂
No conocía la existencia de pamukkale, no había oido hablar nunca de ella y lo cierto es que me apetece mucho conocerla aunque ahora esté repleta de turistas. Me ha encantado la idea que tuvisteis en descalzaros para sentir esa “nieve” no tan fría, debió ser una experiencia inolvidable.
A medida que iba avanzando en la lectura del post, más aumentaban mis ganas de visitar Turquía. Estambul y la Capadocia ya estaban en nuestra lista de pendientes, pero acabamos de añadir Pamukkale también. ¡Menudas vistas! Son preciosas.
Eso sí, desde el gobierno deberían controlar o limitar el número de personas que acceden cada día a Pamukkale porque, como dices, nosotros también hemos visto fotos en las que a la gente “sólo le falta el mojito” (nos ha hecho gracia tu expresión) y estas aglomeraciones acabarán pasando factura… Una pena.
Saludos.
Tener Pamukkale casi para vosotros solos, tuvo que ser alucinante. No conocemos Turquía, pero seguro que como este, tiene muchísimos sitios fabulosos que desconocemos, ya que la gente se centra en Estambul y la Capadocia. Sin duda un país que visitaremos algún día 😉
Saludos.
A nosotros nos pasó lo mismo. No nos pudimos bañar en aquel momento. Las ruinas de Hierápolis también tenían su interés, como comentas. Ojalá pueda regresar un día por allí,. Como dices, Turquía es mucho más que Estambul.
[…] la ilusión de estar más cerca del Castillo de Algodón, nos quedamos dormidos mientras fuera empezaba de nuevo a llover, como si desde arriba alguien se […]
[…] pensábamos que el día ya había merecido la pena tras la visita al Castillo de Algodón y nos dirigíamos al pueblo para comer algo, descubrimos que Pamukkale aún tenía mucho más que […]
[…] Y en aquellas callejuelas nos cruzamos con unos journeyman, que quedaban perfectos con sus típicas vestimentas. Conocimos a dos en Pamukkale y después gracias a los chicos de O Viaxadoiro nos enteramos de su historia. […]
HOLA, QUÉ HERMOSA EXPERIENCIA, muy lindo el comentario,al leer te da la impresión de estar acompañándolos a ustedes , buenísimas las fotos realmente es increiblemente bello el lugar gracias por los detalles de todo el itinerario HERMOSAS FOTOS SALUDOS CORDOBESES SUSANA
Hola Susana,
Muchas gracias por tu comentario. Me alegra que te haya gustado y que hayas podido viajar desde casa 🙂
¡Un saludo hasta Córdoba!
[…] , con Indiana Jones incluido y alucinamos cuando nos fijamos en la decoración : pinturas de Pamukkale , Capadoccia , amuletos de ojos por todas las paredes … ¡¡ estábamos en Turquía […]
Ya sabía yo qué podía contar con vosotros !!!
Muchísimas gracias , estoy escuchando la canción y sí la conocía pero ni idea , qué bueno chic@s ….
Voy a investigar más 🙂
Feliz domingo !!!
¡Hola! No he podido evitar investigar un poco sobre esos “hombre de negro” y aquí están mis averiguaciones.Se les conoce como journeyman en inglés (en alemán no sé ni escribirlo…) y el viaje que realizan sería el “Journeyman years”
Con esto en la wikipedia ya encuentras un montón de información.Yo no había oído nunca hablar de ellos pero más o menos es lo que tu cuentas: es una costumbre nacida en la edad media en Alemania y Francia, cuando los aprendices viajaban con sus maestros durante años para aprender un oficio.Ahora viajan durante un par de años aprendiendo cosas e “interiorizando” su oficio en un viaje que llaman “waltz” ¿te suena la canción australiana “Waltzing Matilda” ?pues parece ser que tiene que ver con esto…