Ese día el plan era acercanos al pasado más reciente de Camboya. Viajaríamos a uno de los capítulos más oscuros de la historia, el genocidio liderado por Pol Pot.
Mientras desayunábamos, Bora nos consiguió un tuk-tuk que nos acompañaría durante la jornada. Nos alejamos del centro en dirección a Choeung Ek, el campo de trabajo más conocido de los más de trescientos que existieron. The Killing Fields, los Campos de la Muerte, estaban repartidos por todo el país y a ellos fueron conducidos los camboyanos al hacerse Pol Pot con el control de Camboya.
La música de unos monjes pidiendo limosna distrajo mi atención, las tablillas del suelo parecía que iban a salir volando y yo estaba nerviosa. Me sentía intranquila, con ganas de llegar y de irme en dirección contraria.
Antes de viajar habíamos visto una película sobre lo sucedido, "Los Gritos del Silencio", y reconozco que no sabía demasiado sobre la historia de Camboya. Contada por un corresponsal de guerra, el film nos pareció durísimo, y ahora que estábamos a unos minutos del sitio real notaba el estómago como una lavadora.
Camboya sufrió la tiranía de Pol Pot durante cuatro años (1975-79). Es desde entonces el país con más desaparecidos en fosas comunes, el segundo es España. El pueblo, tras un golpe de estado y los ataques de Estados Unidos, confió en Pol Pot y en los jemeres rojos: los guerrilleros camboyanos que fundaron la Kampuchea Democrática y despertaron el sentimiento nacionalista. Las cifras hablan de dos millones de asesinados. Sólo se encontró a un abogado en todo el país al terminar la era del terror jemer. Cualquiera era una amenaza para el régimen.
El tuk-tuk se detuvo y el joven conductor se giró con una sonrisa. Nos indicó dónde nos esperaría y señaló la ventanilla en la que pagar la entrada. Me sorprendió que tuviesen audioguías y con opción en español. Pero ojalá no hubiése escuchado aquéllas historias nunca. En varias ocasiones paré durante el recorrido que nos iba marcando la voz neutral. Los testimonios eran insoportablemente duros.
En aquellos campos, en los que volvían a pastar las vacas, la crueldad y el sadismo habían alcanzado niveles inimaginables. La población camboyana sufrió los delirios de un dictador que tuvo via libre mientras occidente miraba hacia otro lado. Se calcula que más de dos millones de personas perdieron la vida durante los años de terror.
La visita es al aire libre salvo un edificio en el que se recogen documentos, objetos personales, fotografías o uniformes de los jemeres rojos. El resto del recinto es un infinito verde que podría parecer un campo de golf por los montículos que lo salpican. En realidad son los socavones de las fosas comunes, de las que los días de lluvia siguen saliendo a la superficie restos de cuerpos.
Algunas vitrinas nos muestran ropas y calzado de recientes excavaciones. Un enorme árbol llama nuestra atención, lleno de pulseras e hilos de colorines, como la valla de bambú cercana. El cartel explicativo nos indica que contra ese árbol golpeaban a los recién nacidos hasta su muerte, mientras la música y consignas miltares sonaban de forma atronadora en los altavoces repartidos por todo el campo.
Terminamos la visita en la gran estupa, el monumento funerario donde se encuentran más de nueve mil cráneos, acompañados por más cintas de colores y mensajes de paz.
En el baño antes de salir me refresqué la cabeza. Tenía los ojos rojos de llorar y eché de menos unas gafas de sol. El conductor se dio cuenta de mi cara y preguntó tímidamente All ok?. Asentí con la cabeza y le sonreí agradecida. Volvimos al centro, nos quedaba la segunda parte de la horrible visita.
En la entrada de la escuela, ahora Museo del Genocidio, varios mutilados pedían limosna. En Camboya todavía hay miles de minas sin explotar, dejadas por norteamericanos y vietnamitas, y empleadas luego por Pol Pot en las fronteras con Tailandia para construir una prisión sin paredes en el país.
Lo primero que llama la atención es el gris que inunda todo, como una tristeza muy densa que lo aleja de lo que era. Un colegio lleno de vida y color que fue usado por los jemeres rojos como centro de tortura y cárcel.
La conocida como S-21 unía la Toul Sleng Primary School y la Tuol Svay High School. Las aulas se dividieron en minúsculas celdas y todo se rodeó de alambradas de espino. Éstas más que para evitar escapadas, tenían como función evitar suicidios.
Otras clases servían como salas de interrogatorio y torturas, algunas fotografías muestran crueldades que me cuesta describir...Cuadros (quién pintaría aquéllas escenas...) con sádicas prácticas de los jemeres, incluyendo experimentos médicos.
El patio de recreo era otro de los escenarios de su crueldad, usando los postes de gimnasia y la piscina de la manera más inhumana. Hay además paneles con las estrictas normas, tanto para los presos como para los guardias.
En uno de los edificios, las aulas están ocupadas por paneles llenos de fotografías. Un mar infinito de rostros aterrorizados. Mujeres, niños, ancianos...el régimen no tenía filtro. Leímos que sólo doce personas salieron con vida de esta escuela-cárcel, estuvieron en ella más de trece mil.
Tras un rato sentada en unas oscuras escaleras, caminamos hacia la salida de la escuela. Íbamos sin hablar, mirando al suelo en mi caso hasta que Raúl me señaló una pequeña caseta. En ella un señor muy mayor y una joven atendían una mesa con algunos libros. Aquél hombre, muy menudo, de camisa blanca y pantalón gris, como los poquísimos ancianos que habíamos visto en el país, era uno de los supervivientes.
Nos acercamos para comprar su libro y no fui capaz de decir nada. No me salían las palabras. Ni de lejos pensé en hacerme una foto con él como la pareja que nos precedía, sólo podía mirar el señor Bou Men. Sus dotes artísticas le sirvieron para convertirse en el pintor de Pol Pot y salvar su vida.
Me habría gustado darle un enorme abrazo. Pedirle disculpas por haber ignorado aquél genocidio, transmitirle la vergüenza que me producía que el culpable de todo aquéllo tuviese un asiento en la ONU mientras aniquilaba a su pueblo. Me limité a inclinar la cabeza ante él, intentando transmitirle mi perdón, mi cariño, mi rabia y mi promesa de que contaría la horrible historia que había sufrido su pueblo.
Pol Pot murió, el 15 de Abril de 1998, en una choza cerca de la frontera con Tailandia. No fue juzgado nunca por sus crímenes. Un año antes afirmaba en una entrevista No lamentar nada. Su régimen terminó con la intervención de Vietnam en Camboya en diciembre de 1978.
El tuk-tuk nos esperaba, la idea era terminar el día en el Mercado Ruso pero yo no tenía ganas de nada. Le pedimos volver al hostel donde Bora terminaba su turno en recepción. Al decirle que íbamos a tomar algo no dudó en apuntarse. Aprovechando la confianza de nuestro nuevo amigo le pregunté sobre el pasado.
Nos contó que a la gente no le gustaba hablar del tema, él sí se había interesado y preguntado a sus padres, pero la mayoría de sus compañeros de estudios apenas sabían nada. Sin perder la sonrisa, hablando tranquilo, Bora representaba una Camboya muy joven y preparada, con ganas de estudiar y aprender. Quizá demasiado condescendiente pero supongo que ese es el precio por haber vivido en el infierno, cualquier cosa te parecerá mejor después.
Aquélla noche tardé en dormirme. Estaba enfadada y triste al mismo tiempo, no entendía cómo el mundo le había dado la espalda a un pueblo que en tres días me había enamorado. Cómo era posible que se les hubiése abandonado en manos de una de las mentes más malvadas y sanguinarias de la historia. Sólo treinta años después de que se cerrasen los campos de concentración nazis.
El resto del viaje recordé aquél día, aquél horror vivido explicaba en cierta manera el carácter de los camboyanos. Siempre atentos y gentiles, siempre sonrientes y amables, sin rastro de rencor, ni odio...Cuando yo sólo tenía ganas de gritar y soltar toda mi rabia e incomprensión. Quizá fuese el budismo, tendría que releer al volver a casa...
9 Comments
Hola Maruxaina!
Ya sabes que a nosotros nos encanta la Historia, y tenemos mil ganas de ir a Camboya no solo por los templos de Angkor o las playas, sino por ir a Phnom Penh y visitar todos estos museos y memoriales. Sí, es una visita dura, y ojalá nunca hubiera existido, pero se aprende la realidad de un pueblo de primera mano… una realidad que debe enseñarse para no ser olvidada, y para honrar a quienes se fueron.
Sí había leído sobre algunos de los campos de concentración, pero esto, al ser una escuela, me toca más aún… Gracias por compartirlo, ya está apuntado bien alto en la lista para cuando vayamos. ¿Sabes quiénes fueron las únicas 12 personas que sobrevivieron? ¿O dónde podríamos buscar esa info?
Confieso que pensaba que Pol Pot estuvo mucho más tiempo! Solo 4 años y 2 millones de asesinados, el país con más muertos en las cunetas, junto a España (¡qué horror!)…
Un besazo!
Qué horrible…y nos llamamos humanos…
Uno de esos lugares que no deberían existir y q son prueba de las atrocidades que somos capaces de hacer los humanos para luego convertirlos como bien dices en algo parecido a un campo de golf. Nunca deberían haber pasado esos horrores….
El problema es que no tenemos memoria y en nada, lo hablaremos con toda naturalidad, terrible!
Desconocía esta historia y se me ponrn los vellos de punta.
¿ Como podemos hacer estas cosas?
Es importante que sigan existiendo estos lugares para que el mundo no olvide.
Yo he visitado Austwich y es terrible.
Cuando nosotros estuvimos Camboya veias mucha gente con amputaciónes a causa de las minas. Horrible! La pregunta es si la humanidad ha aprendido algo de todo esto, para que no se repita pero me temo que no. La gente tiene la mente tan cerrada
No tenia ni idea de esta historia de Camboya y la verdad que tuvo que ser durísimo estar allí y recrear en tu cabeza todo lo que paso. Hemos hecho alguna visita de este estilo y no se pasa nada bien la verdad, pero es necesario verlo y aprender de la historia para no repetirla.
Un saludo.
Buf… visitas durísimas pero imprescindibles. A la Carcel de alta seguridad le dedicamos un post. La visitamos con Marc, que tenia 5 o 6 años, y en algunas estancias decidimos que se quedara fuera, porque las imágenes eran tremendas.
Uf qué duro, visitas de estas que te dejan mal cuerpo pero que sin embargo son necesarias hacerlas para que la historia no se olvide, ¡viajar no es sólo ver la cara bonita de la vida! Me pasó lo mismo en Mathausen, había leído un libro antes y estar allí fue horror… Reconozco que apenas sabía nada del genocidio de Camboya, ni de Pol Pot, es increíble que dijera que no se arrepiente… A veces pienso que lo mejor que le puede pasar al planeta es que nos extingamos como especie. En fin… Un abrazo Maruxa y gracias por contar todo con esta sensibilidad que te caracteriza.