Dedicar un día a conocer Siem Reap fue al final una buena idea. Hizo que mi imagen de la ciudad fuese un poco más allá de las turísticas luces de neón y los templos de Angkor.
Tras cuatro días en Camboya habíamos llegado al objetivo de todo aquél que visita el país. Pocos pararían en Siem Reap de no ser porque el conjunto arqueológico de Angkor se halla a menos de siete kilómetros de la ciudad.
Decidimos aprovechar el domingo descubrir Siem Reap, organizar la visita a los templos y disfrutar de nuestra gigante habitación. Tras un rico desayuno salimos a pasear, las calles principales estaban desiertas tras la noche de alcohol y música mala que reunía a turistas cada atardecer.
No teníamos mapa ni ninguna información de qué podríamos visitar, solo había leído algo sobre Angkor, así que sin rumbo encontramos el primero de los templos budistas que hay en la ciudad.
Wat Preah Prom Raht nos llamó la atención por la gran puerta con un arco rojo. El interior era todo color, con grandes pinturas murales que contaban la historia de Buda siguiendo el sentido de las agujas del reloj.
Un cartel indicaba que debíamos descalzarnos, algo que me encantaba si no fuese porque hacía mucho calor y las baldosas nos quemaban los pies. No había nadie en todo el recinto, tampoco en el edificio que vimos abierto y en el que encontramos el tesoro del templo.
Un gran Buda reclinado ocupaba casi toda la estancia. Cubierto de dorados y naranjas y rodeado de flores de mentira, la figura media varios metros de largo y estaba hecha de madera. Según contaba la leyenda el barco en el que viajaba Buda fue atacado por tiburones y con los restos de la embarcación se construyó la enorme escultura.
Una réplica de la nave está en los jardines. La madera roja brillaba más con el sol y los detalles dorados combinaban a la perfección con el verde de la vegetación. Paseamos entre estupas y figuras de vacas, caballos y pavos reales que adornaban el exterior del templo.
Era un lugar que invitaba a quedarse, a pensar, a hablar con Buda, las nubes o con alguno de los animales. Nada que ver con los templos religiosos católicos habituales en Europa. Siempre grises y serios.
Muy relajados salimos de Prom Raht y camimos junto al rio Siem Reap, con un característico color marrón que también nos había sorprendido en Phnom Penh. El paseo estaba salpicado de esculturas en cemento de elefantes y dioses que aún no conseguíamos indentificar.
Los pies nos llevaron hasta un gran recinto. Como en los anteriores casos, no teníamos muy claro si eran propiedades privadas o no, pero las puertas abiertas y unos enormes árboles con buena sombra invitaban a entrar.
Resultó ser el templo de Bo un enorme complejo en el que residían y estudiaban los monjes budistas. Wat Bo Pagoda es una de las más antiguas de Siem Reap (siglo XVIII) y estaba en plenos trabajos de reformas. En los edificios de cemento aún sin pintar resaltaba aún más el naranja de las telas, mientras en los viejecitos de madera se notaba el paso de los años. Ni rastro de los ventiladores, alfombras o lujosos telares que habíamos visto en las pagodas del Palacio Real en la capital. El dicho la probreza hace al monje aquí parecía existir también.
Un monje jovencísimo apareció sin hacer ruido cuando curioseábamos en uno de los edificios cerrados. Nos preguntó tímido si queríamos entrar y no tardó en abrir la gran puerta de madera con orgullo. Un bonito Buda dorado parecía sonreír tras unas cortinas de vivos colores. Más apagadas eran las pinturas murales de las paredes también con escenas de la vida de dioses budistas.
Aprovechando su amabilidad le pregunté cómo era vivir allí. Llevaba pocos meses en la escuela, siendo lo más duro el no poder ver a su familia. Mucho estudio, oración y poco ocio pero estaba feliz por aprender y acercarse a Buda.
Cuando nos despedimos metí la pata. Me acerqué para darle un abrazo y el pobre se echó hacia atrás espantado. Negando con la cabeza me dijo que no podía tener contacto con mujeres. No tenía ni idea y lamenté mi ignorancia, debí ponerme colorada porque él sonrió quitándole importancia y tras darle la mano a Raúl, nos agradeció la visita y se alejó.
Volvimos a cruzar el río, esta vez por el puente Wat Preah Prom Roth y terminamos en la zona del Old Market. Se notaba que ya empezaban a volver las excursiones de Angkor porque había más turistas en las calles. Muchos negocios en los que se vendía de todo y muy barato al cambio, motos por todas partes y olor a comida. La terraza de El Gran Café era de lo más atractiva, con un aire francés que recordaba el pasado europeo en el país. Pasamos en ella un par de horas, observando y escribiendo las impresiones de esas horas en Siem Reap.
Cenamos en una de las laberínticas calles de los alrededores, ni idea de cuál, quizá la 9 o la 10 porque muchas se llamaban solo con un número. Había restaurantes de todo tipo, uno tras otro, con decoraciones llamativas que hacían imposible elegir. Al final optamos por uno pequeñito con unas mesas en una estrechísima calle lateral. Ese día Raúl probó la serpiente, cocinada allí mismo en una parrilla por una inexpresiva camarera camboyana, yo me conformé con una hamburguesa de tofu que no sabía a nada y el siempre rico arroz.
Me fui a dormir de lo más feliz. La charla con el monje del templo Bo había sido lo mejor del día, de esos que recordaría siempre. Aún nos quedaban dos semanas de viaje por Camboya, ni siquiera habíamos visto los templos de Angkor, y mi cariño por el país seguía creciendo.
12 Comments
¡Qué preciosidad! Nosotros no tuvimos tiempo más que para los templos… Definitivamente, tu post me ha dado ganas de volver. ¡Vaya maravilla! Y poder hablar con la gente, que te cuenten sus historias… Sin duda son las mejores partes del viaje.
¡Un abrazo!
Me hubiera encantado tener tiempo para conocer un poquito más Siem Reap. Pero los tres días que pasamos allí los dedicamos a conocer los templos y nos olvidamos de la ciudad. Solamente disfrutamos de su ambiente nocturno (agobiante en algunos lugares) y sus mercados. Llevaba apuntados algunos templos y lugares de esta ciudad para visitar, pero al final hubiera tenido que sacrificar a su favor otros lugares que me interesaban más. Las cosas son así, cuando el tiempo es limitado hay que adaptarse.
Un abrazo
Esto es algo que tenemos que empezar a entender y a poner en practica. Dejar días libres e improvisar un poco más, así surgen momentos mágicos, como el descubrir un templo y poder charlar con el monje sin tener que correr a visitar otro sitio. Entiendo perfectamente lo del abrazo, no podemos conocer todas las costumbres, es imposible, y así también se aprende. Me ha encantado el recorrido. Por más momentos improvisados. Un abrazo 🙂
Apuntadas la recomendaciones de Siem Reap, tengo muchísimas ganas de viajar a Camboya y quizás el próximo año le llegue la hora a este destino tan peculiar. Espero que cuando pueda verlo las obras de reforma estén concluidas. Buscaré esos restaurantes y no se si la calle 9 0 la 10 pero con lo que me gusta la comida asiática creo que los disfrutaré a tope.
Qué pasada la oportunidad que tuvisteis de poder conversar con el monje budista, seguro que fue un momento muy especial (como bien afirmas). Yo me enamoré de Camboya y de su gente con sólo pisarla y ahora me arrepiento de no haberle dedicado más tiempo a ese país y también a Siem Reap (ya que le dediqué todos los días a recorrer los templos e ir al Tonle Sap) para poder disfrutar de esos momentos sin turismo. Un abrazo
Sí lo fue, de los mejores momentos del viaje. La mayoría de la gente no le dedica tiempo a Siem Reap, salvo para ir a dormir tras la visita a los templos, previo paso por Pub Street…
Si algún día vuelves a Camboya ya sabes 😉
Un abrazo compañero.
Me ha traido muy buenos recuerdos este post. Casi todo el mundo se restringe a ver Angkor y ya, pero nosotros también decidimos dedicarle un día a Siem Reap y visitar estos mismos templos. Y también estuvimos un buen rato en l Grand Cafe…. me ha encantado recordarlo!!
¡¡Qué bueno Mar!! No sería el mismo año, ¿imaginas? 🙂
Me alegra que te haya traído buenos recuerdos la lectura. Como dices mucha gente sólo visita Angkor y creo que merece la pena Siem Reap, salvo la Pub Street que no me gustó nadita…
Un abrazo y ¡gracias por la visita!
¡Qué ganas le tengo a Camboya! Y cómo me ha gustado tu relato, al final lo mejor de los viajes es abrirse a la exploración y olvidarse de los mapas y rutas populares. A mi Asia siempre me da algo de respeto por el tema idioma, pero es verdad que al final consigues hacerte entender y siempre habrá alguien dispuesto a explicarte tanto como pueda sobre su cultura, aunque tenga que utilizar señales, dibujos u objetos jeje.
Quizás algún día me anime 🙂
A veces los mejores momentos del viaje surgen de paseos improvisados como el que hicisteis vosotros. Sin esa “presión” por visitar todo lo que un@ lleva anotado como “imprescindible” (como si fuera posible conocer un país en dos o tres semanas) se difruta mucho más de las experiencias, de la comida, de las conversaciones e incluso de las meteduras de pata, como tu intento de abrazar al monje, jeje.
Nosotros tampoco sabíamos que no pudieran tener contaco con mujeres, pero ahora gracias tu post, ya lo sabemos para cuando vayamos a Camboya.
Eso sí, lo de probar la serpiente… no entra en nuestros planes.
Saludos.
Woww como mola, me ha encantado el recorrido. Que maravillosa sensación tuvo que ser cuando el monje jovencito os abrió para verlo por dentro y después la charla. A veces es más interesante ese gesto y esas charlas que las visitas en si. Cuanta gente interesante hay por el mundo, es lo que hace que merezca la pena viajar. Un beso
Hola Carmen,
Muchas gracias por tu comentario, me alegra que te haya gustado el paseo 🙂
La verdad que la charla con el monje la recuerdo como de los mejores días de aquél viaje. Como dices muchas veces, cada vez más, son las personas que nos vamos encontrando por el camino las que hacen especial un viaje.
Un beso de vuelta y ¡buen fin de semana!